GUILLERMO PÉREZ VILLALTA

Guillermo Pérez Villalta es uno de los componentes del llamado «núcleo duro» de la Nueva Figuración Madrileña.

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GUILLERMO PÉREZ VILLALTA. EL PENSADOR QUE PINTA

Melancólico y polifacético, el artista Guillermo Pérez Villalta reniega del arte “que no sobrevuela el espíritu del tiempo”.

Guillermo Pérez Villalta (Tarifa, 72 años) se retiró hace más de 30 a la casa de sus abuelos en la parte alta de la ciudad, en la calle de los Silos. Había integrado el núcleo duro de la Nueva Figuración Madrileña, aunque siempre libre de cánones.

Su estilo, que arranca de su vocación arquitectónica, le valió el Premio Nacional de Artes Plásticas en 1985, en plena posmovida. Se encerró ajeno a la gloria. Viró hacia una pintura “menos llamativa” para pasar inadvertido. Convirtió la primera planta de la casa en taller y biblioteca. Y la cocina, en sala de reposo: una habitación fantasiosa pintada con escenas pompeyanas con una sauna al lado.

El dormitorio de sus abuelos permaneció intacto, los muebles dispuestos como siempre; quería conservar algo originario de la casa. “En la parte baja hicimos un bar que quedó precioso, le sacaron muchas fotos: mi expareja era barman y lo hice por él, pero se rompió el bar y se rompió todo”, recuerda.

SOUVENIR DE LA VIDA

NUEVA FIGURACIÓN MADRILEÑA

Guillermo Pérez Villalta es uno de los componentes del llamado «núcleo duro» de la Nueva Figuración Madrileña. También Carlos Alcolea, Carlos Franco y Rafael Pérez Mínguez. Hizo su aparición en el panorama artístico nacional a comienzos de los años setenta, en el entorno de la Sala Amadís, dirigida entonces por Juan Antonio Aguirre.

El grupo, que más tarde se aglutinaría en el programa de la galería Buades, compartió el entusiasmo por una vuelta a la pintura figurativa, narrativa y autobiográfica. Vemos aparecer historias cotidianas, desdramatizadas y, a menudo, no demasiado trascendentes, entremezcladas con referentes cultos a la historia del arte tanto antiguo como moderno.

En efecto, un rasgo común a todos ellos por aquel entonces son ciertas reminiscencias pop. Se manifiestan en el empleo de colores puros, planos, brillantes; el predominio del dibujo lineal en la configuración de las imágenes, así como en el uso caprichoso de las referencias naturalistas, las perspectivas y las escalas.

A pesar de que Pérez Villalta es verdaderamente un artífice, y así le gusta a él mismo ser llamado, dedicando su atención no solo a las artes plásticas tradicionales (pintura, escultura, dibujo, grabado).

También a la arquitectura, el diseño de muebles, objetos y joyas, la ilustración, la cartelería, las artes aplicadas (forja, azulejería, vidrieras), el textil, los decorados teatrales, el atrezo…, su faceta más conocida es la de pintor.

DESARROLLO PERSONAL

El ámbito del pensamiento da cuenta de cómo a lo largo de los años setenta y ochenta sus intereses le llevaron a itinerarios estilísticos. Su trabajo se empapó del arte manierista y barroco, de las manifestaciones ornamentales y geométricas, de la arquitectura de Louis Kahn y el posmoderm, el arte metafísico, el pop art y sus derivaciones neo-modernas, el minimalismo…

Porque si algo ha caracterizado desde sus comienzos la poética de Pérez Villalta ha sido un convencido y casi contumaz eclecticismo. Todas las épocas, todos los estilos y todos los registros pueden mezclarse para aportar capas de sentido.

El resultado suele ser una obra densa y en ocasiones hermética, cuyos significados se van desgranando dependiendo de la cultura del espectador.

GULLERMO PÉREZ VILLALTA

EL ÁMBITO DEL PENSAMIENTO

El que nos ocupa es un magnífico ejemplo de esa confianza del autor en que la pintura sea un dispositivo de operaciones conceptuales que no renuncia al placer proporcionado por la imagen. La admiración, asimilación y lúcida interpretación del legado de Duchamp por parte de Pérez Villalta ha sido para varias generaciones de artistas una auténtica clave que les ha permitido escapar del asfixiante dogmatismo de la modernidad conceptualista.

El cuadro, pintado durante su estancia en la Academia de Roma, aparece protagonizado por el propio artista junto a compañeros suyos del momento. Se asoma al espacio del pensamiento en el que se desenvuelve su propia existencia: un complejo espacio «vacío» que recibe la luz blanca del exterior (el ámbito fenoménico, los sentidos), incidiendo sobre el plano del alfabeto.

El lenguaje y las matemáticas, pues, organizan el entramado interior de ese mundo mental privado del artista, lleno de facetas ácidas y contrastadas. SU trama geométrica está resuelta a base de pirámides truncadas, mientras, reposando en el suelo, una versión disminuida, miniaturizada del propio cubículo representa la memoria.

[Por Óscar Alonso Molina]

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